viernes, 8 de marzo de 2013

Reflexiones

Él miraba al vacío con una intensidad fuera de lo común.

-¡A ver quién la tiene más grande!, gritaba.

Y el eco del abismo le respondía con una voz burlona que minaba todavía más su seguridad. Si es que algún día la tuvo, claro. Náufrago en un país de pitorreo y desesperanza, la desidia se le fue comiendo poco a poco por dentro hasta hacerle desesperar. Y un buen día, cogió el dos. Salió por la puerta con lo puesto, dejó la puerta abierta y se largó. Ni nota ni explicación. Algunos dirían después que era un descastado y un desagradecido pero siempre ha habido gente para tó. Contando baldosas fijó su rumbo en ninguna parte y caminó y caminó. Y cuando ya no hubo baldosas contó piedras y cuando ya no hubo de ésas contó motas de polvo, pero hasta eso se acabó. -La crisis-, pensó. Y entonces lo vio. Un vacío inabarcable contenido en un abismo sin fondo aparente. Y le desafió:

-¡A ver quién la tiene más grandeeeee!, y el eco volvió a responderle, esta vez, con voz de niño repelente.

Y harto de repelencias y estupideces saltó. Cuál fue su sopresa cuando en medio de la caída, el abismo le escupió. Nunca supo si fue porque le supo mal, o porque el abismo se atragantó. El caso es que no lo quiso para sí y lo devolvió en medio de una polvareda.

-A lo mejor es que soy yo quién la tiene más grande...

Y sonriendo volvió sobre sus pasos para enfrentarse al mundo tal y como le venía. Nunca sabremos si ganó...

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